Cuando la mente guarda silencio

Conexión Interior-Ps. Francisco Carmona - A podcast by Francisco Carmona Romero

Hoy, con más frecuencia que antes, se habla insistentemente de aprender el silencio de la mente. Muchas personas llevan una vida tormentosa a causa de sus pensamientos. No oparan de emitir juicios interiormente. El malestar espiritual y psicológico de una persona se evidencia en la incapacidad de acoger y seleccionar sus pensamientos y en la imposibilidad de poner límite a sus maquinaciones. El P. Juan Carlos Ortega señala: “la mente ruidosa es una mente cerrada, que no deja oír otras cosas distintas de las que ya posee. Pensamientos ruidosos son los pensamientos o ideas que se vuelven repetitivas u obsesivas. Para evitarlo hay que hacer silencio de estos ruidos”. Conozco de cerca el sufrimiento que padecen las personas que caen en la obsesión. El silencio de la mente abarca: los prejuicios, las preocupaciones, las opiniones propias y las quejas. Cuando la mente aprende a guardar silencio se despierta la creatividad y se desarrolla el don de estar presente. La mente ruidosa nos aleja y no nos deja tomar las riendas de nuestra vida. En lo que respecta a la convivencia, una mente llena de ruidos hace que la convivencia resulte difícil y amenazante.  Vemos entonces, en qué consiste cada uno de los aspectos del silencio de la mente y cuál es su contribución a nuestro bienestar emocional y espiritual. En primer lugar, consideremos el silencio de los prejuicios. Los juicios anticipados hacia las personas y las cosas son los ruidos más intensos que pueden llegar a perturbar el alma. Nos impiden llegar a la verdad y conocer el amor. Los juicios nos impiden ver la vida, al otro y a las cosas como son. Expresan el sentimiento de desvalorización que tenemos hacia los demás y, en consecuencia, nuestro afán de sentirnos mejores y superiores. Quien juzga cree que posee la verdad; sin embargo, está metido en la oscuridad y el engaño. Como diría Jesús, su padre es la mentira y, en consecuencia, en lugar de libertad goza de esclavitud. El juicio nos aparta de la verdad. Cuando no podemos ver las cosas como son nos volvemos agresivos e iracundos y nuestra alma se llena de miedo, ante tal situación, sólo cabe la agresividad. El juicio expresa el desorden de nuestros pensamientos. Quien no ve las cosas como son tampoco puede actuar como es. El estado de angustia en el que permanece una persona que todo lo juzga, que todo lo crítica, que se anticipa a todo es grande. Nada más inquietante para el alma y perturbador para las relaciones que una persona obsesiva. Silenciar la mente no sólo es apostar por una buena higiene mental sino también un compromiso con una convivencia sana y armoniosa. Los que todo lo juzgan con dificultad se sienten responsables del conflicto que existe a su alrededor. En segundo lugar está el ruido de las propias opiniones. Uno de los criterios para identificar la madurez de una persona es su capacidad de opinar y de admitir las opiniones de los demás. Cuando una persona es incapaz de admitir la opinión de otro cae en el inmovilidad del espíritu; es decir, no sabe qué hacer y se muestra confundido. Lo anterior, es expresión de la abundancia de ruido que hay en su interior y de la pobreza espiritual en la que se encuentra. Dice un autor, la verdad es sinfónica, nadie tiene la posee en exclusiva, solo Dios. Cuando una persona se cree poseedora de la verdad cae fácilmente en la agresión. Hacerse una opinión de lo que va a suceder, de cómo son los demás y las cosas, renunciar a nuestra verdad para abrirnos a una más grande es una de las invitaciones que Jesús nos hace permanentemente: “Si ustedes no cambian su forma de pensar, perecerán”. Por ultimo, está el silencio de las quejas. Nada hay más agotador que una persona que se queja todo el día y todo el tiempo. Estas personas resultan incómodas. Dice la canción Desiderata de Jorge Lavat: “evita las personas ruidosas y las que se quejan todo el día, son un fastidio para el Espíritu”...

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