Dios es mi Fuente
Conexión Interior-Ps. Francisco Carmona - A podcast by Francisco Carmona Romero

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“Jesús, levantando los ojos al cielo dijo…” el Evangelio nos deja constancia, una y otra vez, de la relación estrecha que existe entre Jesús y Dios a quien el llama Padre. Los conciudadanos de Jesús se preguntan muchas veces: ¿de dónde saca este hombre tanta sabiduría, no son acaso, sus padres José y María? Cómo es que lo vemos hablando con tanta autoridad y haciendo milagros?”. Entre las personas que conocen a Jesús existen dos posturas: aceptación o, rechazo. El origen de una postura u otra radica, esencialmente, en el reconocimiento o, no de la Fuente de dónde procede su fuerza y poder interior. Quienes están en el campo de resonancia con Dios como autor y Señor de la Vida encuentran coherente que Jesús afirme: “todo lo mío procede del Padre”; en cambio, para quienes vibran con un Dios autoritario, castigador, que exige el fiel cumplimiento de la ley les parece un acto de locura considerar que la Fuente de donde procede la fuerza de Jesús sea Dios. El rechazo de estos últimos es, de tal magnitud que llegan a decir: “actúa con el poder del demonio”. A diario, encuentro personas que llevan consigo una carga de sufrimiento enorme. En algunas ocasiones, veo a estas personas derrumbadas y sin fuerzas para seguir avanzando. Algunos, los he visto al borde del abismo y con el deseo vivo de terminar con su vida porque no encuentran luz en medio de tanto sufrimiento. Todas estas personas tienen en común una sola cosa: el dolor y el sufrimiento son la Fuente de donde procede el vacío, el desconsuelo, el desánimo y los deseos de terminar con la vida. Aquello con lo que estamos conectados se convierte en la Fuente de la que tomamos las fuerzas bien sea para vivir o, para morir. Para San Pedro está claro: la Fuente de la que procede todo deseo de vivir en paz, armonía, reconciliación y todo deseo de hacer el bien y practicar la justicia está en Dios. La desconexión de Dios es la que produce la ira, el desconsuelo, el desanimo y la renuncia a luchar por llevar una vida diferente. Dice Pablo: “unidos a Dios podemos todo, separados de Él, no podemos nada”. De Dios podemos tomar la fortaleza para seguir caminando en la vida pese a las adversidades que nos acompañan. En la espiritualidad se afirma: “el dolor y el sufrimiento son la expresión de nuestra incapacidad de conocer a Dios”. La percepción, la forma cómo vemos y significamos las cosas terminan alejándonos de Dios. Por esa razón, algunos autores espirituales dice: “la percepción no hace parte de los atributos de Dios”. Argumentan que, “la percepción nos induce al error porque nos hace ver las cosas de una forma diferente a cómo son, en realidad”. En la forma como percibimos las cosas tiene un lugar muy importante lo que no hemos logrado resolver”. Dice una expresión: “lo que no asumimos con amor, lo enfrentamos desde el dolor”. Según la espiritualidad, Dios nos da el Espíritu Santo para que sirva de Mediador entre la percepción y el conocimiento. Sin este vínculo con Dios, la percepción habría reemplazado al conocimiento en la mente para siempre. Gracias a este vínculo con Dios, la percepción se transformará y se purificará en tal medida que nos conducirá al conocimiento. Dentro del ámbito espiritual conocer es igual a amar. En la medida que amamos, conocemos a Dios. El amor es la lógica que define el ser, pensar y actuar de Dios. Nada que sea contrario al amor puede ser atribuido a Dios y considerarse auténtico y verdadero. Cuando logramos sanar nuestra percepción, ver de manera diferente los sucesos de nuestra vida, podemos sentir que, en la medida que trascendemos, logramos una comunicación auténtica con nosotros mismos, con la Vida y con Dios. Una percepción errada de las cosas nos conduce, inevitablemente, a permanecer sumidos en el dolor, la angustia y el sufrimiento como la Fuente de dónde procede nuestra vida.