Dios perdona porque nunca condena
Conexión Interior-Ps. Francisco Carmona - A podcast by Francisco Carmona Romero

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Le presentaron a Jesús un hombre que estaba recostado en una camilla. Jesús viendo al paralítico le dijo: tus pecados quedan perdonados. Los que estaban viendo lo que acontecía murmuraban. Él, dándose cuenta, dice: para que vean el poder del Hijo, le dice al paralítico: toma tu camilla y vete. El paralítico, al instante, se levantó, tomó la camilla y se fue para la casa. La parálisis tiene dos causas emocionales. La primera es la rabia. Bert Hellinger habla de la rabia en los siguientes términos: “Me pongo rabioso y enfadado cuando me doy cuenta que no he tomado lo que habría podido o tenido que tomar, o que no he reclamado lo que habría podido o tenido que reclamar, o que no he rogado por lo que habría podido o tenido que rogar. En vez de hacer frente y buscar o tomar lo que me hace falta, me enfado y me pongo rabioso con las personas de las cuales no he tomado o reclamado o rogado cuando lo habría podido o tenido que hacer. Esta rabia es un sustituto para la acción y la consecuencia de una dimisión. Ella me paraliza, me hace sentir inepto y débil y perdura durante mucho tiempo. La segunda causa es, la culpabilidad. Al respecto, señala Bert Hellinger: “estoy enfadado con alguien porque le he hecho algo de daño y no lo quiero admitir. Con esta rabia me protejo de los efectos de la culpa. Los proyecto sobre el otro. Esta rabia también es un sustituto para la acción. Me paraliza y me debilita. Alguien me da tanto y en cantidad tan grande que no se lo puedo devolver. Sólo me queda el peso de ello. Entonces me defiendo del donante y sus dones enfadándome con él. Este enfado se expresa en forma de reproches, por ejemplo de los niños hacia sus padres. El reproche es el sustituto para el tomar y dar las gracias. Nos paraliza y nos deja vacíos. O tal vez se manifiesta como depresión. La depresión es la otra cara del reproche. Es también un sustituto para el tomar, el dar y el agradecer. Nos inmoviliza y nos vacía. Nos mantiene, después de una separación, en un duelo sin terminar, cuando aún nos sentimos en deuda en el dar y tomar, frente a los muertos o a los que se han separado de nosotros. Puede también que nos sintamos presos de nuestra culpa y sus consecuencias”. Otro autor dice: “pasarse la vida dando vueltas a los propios errores suele ser señal de un orgullo refinado y destructivo” A diario, encuentro personas atrapadas en la culpa, incapaces de asumir las consecuencias de sus equivocaciones y seguir adelante. Solo cuando se es capaz de recibir y darse a sí mismo perdón se puede avanzar. Le insisto mucho a los estudiantes de la formación en vínculo: “nuestra labor terapéutica es la respuesta al llamado de la vida a trabajar por la reconciliación”. Una de las mayores necesidades del mundo es el perdón. Algo cambia en el universo cuando dos personas superan lo que los separa y se dan la mano y se abrazan Dios Padre y Jesús lo entendieron muy bien. La muerte de Jesús está al servicio de la reconciliación. Así lo manifiesta la oración de la Iglesia: “pues en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, sabemos que tú diriges los ánimos para que se dispongan a la reconciliación. Por tu Espíritu mueves los corazones de los hombres para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano, y los pueblos busquen la concordia. Con tu acción eficaz puedes conseguir, Señor, que el amor venza al odio, la venganza deje paso a la indulgencia, y la discordia se convierta en amor mutuo”.