La verdadera visión
Conexión Interior-Ps. Francisco Carmona - A podcast by Francisco Carmona Romero

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“Llamaron al ciego, diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”. El ciego del que habla el Evangelio que estamos citando se llama Bartimeo. El nombre traduce lo siguiente: Bar significa hijo de y Timeo es el nombre del padre. Los expertos dicen que Timeo es igual a Timoteo; es decir, el discípulo designado para una tarea, una responsabilidad, dentro de la comunidad. ¿Cuál es el origen de su ceguera? Sin lugar a dudas, el origen de su ceguera está en las ideas preconcebidas que tenía de la misión recibida. He escuchado a muchos decir: ¡si hubiese sabido lo que me esperaba, no habría aceptado la responsabilidad!. En muchas ocasiones, queremos abandonar las cosas porque no corresponde a lo que habíamos imaginado que eran. El encuentro con la realidad nos desanima. Había un príncipe que se enamoro de una princesa bellísima. Sobre la princesa pesaba una maldición. La niña durante el día resplandecía en belleza pero al llegar la noche se convertía en una bestia. Los padres habían consultado a toda clase de sabios, magos y hechiceros sin obtener resultados positivos. Una vez, encontraron un hada que les dijo: cuando encuentre el amor verdadero, quedará liberada totalmente del hechizo. La princesa ya había tenido seis matrimonios. Todos habían finalizado en la noche de bodas. Al entrar en la habitación nupcial, los hombres descubrían el monstruo que había en su mujer y salían corriendo sin volver jamás. La princesa había desistido de su propósito de tener pareja y una familia. Un día, la princesa desesperada huyo del palacio y se interno en el bosque. Cansada de caminar se recostó y durmió profundamente hasta que fue despertada por un hombre hermoso que la llevó a su casa. Después de comer, se sentaron a conversar. La joven princesa le contó al hombre su desdicha. Cuál sería su sorpresa, al escuchar que el joven, también sufría la misma maldición. Así, ambos aprendieron a ser bellos en el día y a aceptar su monstruosidad en la noche. De esta forma, lograron construir una relación auténtica que duro muchos años, hasta la muerte. Los reproches, especialmente en la vida de pareja, son el mayor obstáculo que puede enfrentar la relación. El que reprocha no se ve a si mismo, está ciego. La mayor ceguera que un ser humano puede experimentar es el desconocimiento de sí mismo. A diario, vamos por la vida reprochando, acusando y juzgando a los demás. No nos damos cuenta que, si hay una bella en nosotros, cuando llega la noche aparece nuestro monstruo. En cada uno de nosotros está presente el drama de la bella y la bestia. Solo cuando nos internamos en el bosque, conocemos la información que guardamos en nuestro inconsciente, podemos aceptarnos y aceptar al otro; de este proceso nace la incondicionalidad del amor y su fuerza para ir hasta el final del camino. El amor madura cuando renuncia a las ideas preconcebidas y se abre a la autoaceptación. El mayor autosaboteador de nuestra felicidad lleva nuestro nombre y apellido. ¿Cómo podemos ser curados? El Evangelio nos da la respuesta: soltar el manto, saltar, acercarse a Jesús. En tres pasos podemos ver con claridad, ser curados de nuestra ceguera. Cada vez que miro a la vida, al otro, a las cosas “sin ninguna de mis propias ideas, ellas empiezan a mostrarme algo bello, puro y de infinito valor, lleno de felicidad y esperanza”. En eso consiste, soltar el manto.