Lo que sucedió, fue algo terrible

Conexión Interior-Ps. Francisco Carmona - A podcast by Francisco Carmona Romero

La mujer se acercó al grupo y dijo: Quiero separarme, encontrar mi felicidad, ya fue suficiente el maltrato, ahora quiero vivir mi vida. Cada vez que escuchó estas expresiones, preguntó: ¿es posible, intentar otra solución? La respuesta, la mayoría de las veces es: NO, quiero vivir mi vida, ya entregué demasiado, no soporto más. A diario, hombres y mujeres enfrentamos el reto de aprender a perdonar para avanzar serenamente por la vida y poder fluir en nuestros asuntos. El rencor se ha convertido, para muchas personas, en el tesoro más preciado que pueden guardar en su corazón. Hay personas que tienen la capacidad de guardar por treinta años o más, como si acabara de ocurrir, una ofensa u agravio. Dos sacerdotes se encontraron después de treinta años en una misión, uno de ellos se dedico a humillar al otro, cuando esté le pregunta: ¿pasa algo?, le responde: cuando éramos seminaristas, un día, me diste el dinero justo para ir a la universidad. El otro responde: te di lo que nos daban a todos y lo que ordenó el superior que diera. Amigo, eso pasó hace treinta y tres años. Ya lo había olvidado, lo siento. Mientras que para uno era un suceso, para el otro se había convertido en el  guión de su vida En el corazón del que guarda rencor hay una gran oscuridad, mucho sufrimiento y, sobretodo, pobreza humana y espiritual. El rencor es una de las prisiones más severas en las que puede ser confinada el alma y el corazón de un ser humano. Ir por la vida creyendo que todo el que se acerca te hace daño o, es un enemigo potencial es una carga que, además de pesada y tóxica, nos va condenando a la muerte lenta. ¡Cuánto tiempo desperdiciado en odiar y protegerse de algo que solo está en nuestra mente. Dice un autor: si encontramos, en nuestro diario quehacer, personas que nos ofenden, nos maltratan, nos hacen daño es, porque desde nuestro interior las atraemos. Lo que guardamos en nuestro interior resuena en el campo cuántico que, en consecuencia, atrae lo semejante. En la mayoría de los casos, lo que recibimos está en consonancia con lo que guardamos secretamente en nuestro interior.  Jean Mounbourquette, sacerdote francés, cuenta que entendió la importancia del perdón después de ver cómo un maestro se curó de un cáncer de estómago, cuando se decidió a liberarse de un viejo rencor. Dice: “todo ocurrió después de un ejercicio de perdón. Yo trataba en psicoterapia a un hombre de unos cincuenta y cinco años, profesor de universidad y de profunda fe religiosa. Su obsesión por el trabajo y sus problemas familiares le habían llevado al borde de la depresión, además de ocasionarle úlceras de estómago. Este  hombre había aprendido a liberarse de su sufrimiento expresando, en el sentido más literal de la palabra, su decepción, su frustración y su cólera contra su mujer alcohólica, su hijo víctima de la droga y su hija locamente enamorada de un chico al que él detestaba. Esta liberación progresiva, basada en una aceptación de sus sentimientos, le había proporcionado un evidente alivio. Durante una terapia en la que yo me sentía un poco falto de recursos, pensé utilizar la técnica de la silla vacía, o más bien de las sillas vacías, en la que cada una representaba a un miembro de su familia. Entonces le sugerí que hablase con cada uno y le expresase el dolor que llevaba en su corazón por juzgarlos y tratarlos duramente. Fue un encuentro muy emotivo. En varias ocasiones, mi paciente lloró en el momento de manifestar sus sentimientos. Y espontáneamente, sin que se le hubiera solicitado, él les pidió a su vez perdón a cada uno por sus numerosas ausencias y su casi total falta de interés por ellos. Dos semanas después de esta sesión, me anunció que el médico le había diagnosticado la curación de su cáncer”.

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