Mujer, tampoco te condeno

Conexión Interior-Ps. Francisco Carmona - A podcast by Francisco Carmona Romero

Le presentaron a Jesús una mujer sorprendida cometiendo adulterio. La Ley de Moisés establece que la pena para este delito es la muerte por apedreamiento. La presentan ante Jesus, le presentan el caso y esperan que sea él quien dicte sentencia. En la mente y en el corazón de estas personas está presente la imagen de un Dios Juez.  Nada más contrario al amor que el juicio. Quien espera que se condene no cree en el amor y, menos aún, en el poder que este tiene. El amor salva más que el juicio. El juicio está sustentado en la creencia de que ante el error hay que castigar antes que educar. Hoy, no castigamos ni educamos porque estamos convencidos que la exigencia daña. Es más, cuando vemos que nos exigen nos sentimos maltratados. Todos estamos dispuestos a recibir la mejor, pero no a darlo El amor nos hace perfectos; en cambio, el juicio nos distancia y nos vuelve, como dice San Pablo, pecadores. Nadie se salva por la Ley, predica San Pablo, solo el amor es capaz de transformar en milagro el barro, dice la canción de Silvio Rodríguez. Dice un autor: “Dios es el amor en el que fui engendrado, El, es el amor en el que me amo a mi mismo, en el amor me levanto cada mañana y me siento bendecido, el amor me salva del miedo y del afán de atacar al hermano, en el amor soy todo y por fuera de él, me desfiguro, me desconozco, pierdo mi identidad y me hundo en la oscuridad y la maldad. Solo el Amor tiene sentido porque me salva” Para Jesús hubiese sido muy fácil decir: “hagamos lo que establece la Ley, esta mujer merece ser apedreada. Todos hubiesen regresado a sus casas y la tristeza se habría apoderado de sus corazones. Aunque deseaban que Jesús condenara a la mujer también guardaban la secreta esperanza del perdón. En el perdón que viene del amor, no del egoísmo, hay salvación, hay posibilidades. Ante la respuesta de Jesús: “el que esté libre de pecado, tire la primera piedra” todos quedan salvados.  El juicio y la condena nunca son la última palabra en la historia de las personas. Miro mi historia personal y encuentro que lo que soy lo he construido con el perdón recibido, si me hubiese quedado atado a los juicios, hoy sería, con toda probabilidad, un difunto, cómo lo son la gran mayoría de los jóvenes del barrio donde crecí. El amor que no permitió que cuido mi ser del mal me salvo; en cambio, el temor y la impotencia de otros condenó a sus hijos al cementerio.  Hoy es, ante tanto afán de condenar, de descalificar al otro, de polarizar las opiniones, una oportunidad para escuchar la voz y fuerza que tiene el Amor. Esta es la fuerza del amor: “el amor se abrió camino entre las aguas impetuosas, venció a los que se creían mejores y más fuertes que él despojándolos de sus armaduras, liberó a los prisioneros de su pasado y de su angustia, hizo brotar en el desierto manantiales de agua, calmo la sed del sediento y vendo el corazón de los que estaban llenos de rencor y viven en la amargura planeando la destrucción propia y de sus enemigos”. Llega el tiempo, dice el profeta, en el que la percepción errónea será superada por la consciencia. El juicio será superado por el Amor. Entonces, aquel día, el que planea venganza e incita al odio sentirá vergüenza y llorará la muertes que provocó su ira y rencor. Solo el perdón que nace del amor hará posible el futuro y podemos reconocernos como hijos de Dios.  Jesus, el Hijo de Dios, corrigió la traicion que la ilusión del juicio creó. El que es inocente, que no tiene culpa, conoce la destrucción que el juicio provoca en los seres humanos. El perdón consiste en ser despertados del sueño en el que la inconsciencia que nos susurra al oído: “eres mejor que tus hermanos” queda superada por “somos UNO en el amor. Francisco Carmona

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