Siempre voy con Dios

Conexión Interior-Ps. Francisco Carmona - A podcast by Francisco Carmona Romero

Muchos estamos convencidos de que la vida esta bien si todas nuestras cosas también lo están. Cuando, de repente, la vida es sacudida, nos quedamos aturdidos, sin saber qué hacer y qué rumbo tomar. La vida nos muestra cada día que, si no estamos atentos, vigilantes y, sobretodo, presentes las cosas que hemos ido construyendo poco a poco pueden ir desapareciendo. Un día, salimos de casa, nos vamos contentos a conquistar el mundo como el sol cuando se levanta y al regresar todo puede llegar a ser diferente Dice un autor: “las lecciones bellas de la vida, casi nunca, vienen escritas en libros. La vida se nos manifiesta en los hechos cotidianos.  Un día se termina lo que poco a poco construiste, un día el amor se va, un día te despides para siempre, un día todo parece tener un fin. Ese día el alma se rompe y quizá solo veas esparcidos los trozos de una felicidad ya ajena.  Pero permíteme decirte que aún en esos momentos de angustia, todo en realidad apenas comienza. Porque no existe la obscuridad, sino la ausencia de luz, una luz en proceso de evolución continuo, una luz que se resguarda para crecer con sabiduría.  Cuando ese momento llegue, preséntate frente a Él, abrázalo, llora, siente como el dolor se expande dentro de tus venas, alma y corazón. Entonces deja que siga su cauce, que se disuelva con tu fe, gratitud, paciencia y amor. Honra cada situación y aprende que cada una más que destruirte, te reconstruye”. Dice un amigo: “cada vez que sucede algo que me sacude en lo más profundo de mis entrañas, en lugar de agradecer todo lo que he vivido, me hundo en un marasmo de reproches y de angustia; en momentos como esos, siento que Dios dejó de estar a mi lado y me está reprochando por algo lo que pude haber actuado incorrectamente.  Me cuesta creer que Dios esté conmigo en medio de las pruebas de la vida”.  Esta semana ocurrió algo que me llamó profundamente la atención. Estábamos en clase. Comentando una anécdota que, uno de los estudiantes había tenido con su hijo de tres años, nos reíamos. En un rincón del salón, estaba una persona que venía al curso para la práctica. De repente dice, no puedo creer en esas cosas, a ese niño le tuvieron qué decir que las hiciera. Guardé silencio y, después de escucharlo un rato, di una breve explicación y comenzamos el ejercicio. Lo primero que el hombre manifestó fue lo siguiente: “mi papá nunca me quiso y se puso a llorar como un niño. Solo tuve el amor de mi mamá y el día que ella murió, la vida perdió todo el sentido”. En ese momento, comprendí la reacción que había tenido antes. En su corazón, se resistía a creer que un niño pudiera gozar del amor de su padre; eso no había sucedido con él. Después de un rato de trabajo, uno de los estudiantes hizo el siguiente comentario: “nosotros proyectamos sobre Dios los asuntos que tenemos pendientes con nuestros padres”. Mientras hablaba, venían desde mi memoria una de las sentencias de la filosofía marxista sobre la religión, uno de sus autores más reconocidos Feuerbach decía: “Dios no es otra cosa que la proyección de nuestras fantasías infantiles”. Las sacudidas de la vida tienen como aspecto positivo que purifican nuestra relación con lo Trascendente. A la relación adulta con Dios, a la conversación cara a cara con Él, accedemos cuando purificamos nuestras imágenes infantiles y sabemos que la Trascendencia actúa de manera diferente a nuestros padres o figuras criterio. Las dificultades de la vida desvelan, corren el velo, nuestra consciencia de separación. Cada vez que nos sentimos solos y nos llenamos de miedo, al pensar que lo estamos, es la consciencia de separación la que se está manifestando.

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