Todo es diferente cuando veo diferente
Conexión Interior-Ps. Francisco Carmona - A podcast by Francisco Carmona Romero

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El Evangelio de Lucas 15, 11-32, narra una de las parábolas más bellas del Evangelio, la del hijo prodigo. El texto dice: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. Y no muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se acercó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el que le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!” La visión del hijo menor consiste en considerar que, él no necesita del padre para poder vivir, las normas que rigen el nicho familiar parecen ser coercitivas para su afán de libertad, los demás tienen unos padres que son mejores que los suyos. Niño o adolescente que se respete, en algún momento de su vida, le dijo a sus padres: ¡a mí me tocaron los peores papas del mundo!. Llega un momento evolutivo de la psique en el que intentar destruir a los padres es un objetivo. Para Freud, si los padres se derrumban dejan de ser confiables para los hijos. Este movimiento, confrontar la figura de los padres es, necesario para encontrar la solidez del vinculo adulto que se va a establecer más tarde con ellos. Según la visión adolescente del hijo, lo correcta está en irse de la casa, malgastar el dinero recibido de los padres, llevar una vida licenciosa, vivir sin límites, experimentarlo todo. Mientras tanto, el padre sigue en la casa, haciendo lo suyo. El hijo cree firmemente que está en lo correcto y, por esa misma razón, exige su parte de la herencia y se marcha a un pueblo lejano. Allí, vive como si lo recibido nunca se fuera a agotar. Entonces, viene el momento central de la historia, cuando se adquiere la visión correcta: “Y volviendo en sí”. Durante estos últimos días he insistido en lo siguiente: una visión incorrecta de la vida nos llena de culpabilidad y, en consecuencia, vivimos la vida como un infierno. Nada hay más difícil de soportar que el esfuerzo de convencernos a nosotros mismos de que lo malo viene de los padres y lo bueno se encuentra en “llevar una vida sin tener presente lo que los padres nos han dado”. Mantener la creencia de que para ser nosotros mismos no necesitamos a nuestros padres es, sumamente agotador. Quien se cree mejor que los padres, difícilmente logra ser mejor que ellos, para cuando nos damos cuenta, hemos hecho cosas peores de las que les reprochamos nuestros progenitores. La culpa nos oculta la verdad y el sentido de las cosas. Encontré un texto de espiritualidad ignaciana, a mi parecer, bastante iluminador que dice: “el problema no es cometer un error o tomar una decisión equivocada. El problema es no darte cuenta de que lo has hecho. Como cuando estás resolviendo una operación matemática compleja y al llegar al resultado final descubres que hay un signo equivocado en uno de los primeros pasos. No te has dado cuenta de algo tan pequeño como un signo erróneo. Pero eso ha determinado todo lo demás hasta el resultado. En la vida nos pasa algo parecido. Vamos perdiendo sensibilidad hacia los detalles y al final estamos más preocupados de llegar que de llegar bien.